" Siempre me han llamado la atención esas parejas que no se hablan. Supongo que ustedes también se habrán fijado en alguna ocasión en alguna pareja que comparte almuerzo en un restaurante, o merienda en una cafetería, o simplemente pasea por la calle, sin que ninguno de los dos diga ni una palabra. Tanto ella como él suelen tener la mirada perdida en un punto del infinito, lejos de la persona que tienen en frente. Parecen sumidos en profundos pensamientos y en sus labios se dibuja un rictus de insatisfacción. Sí, seguro que los han visto en multitud de ocasiones.
Hace algunos días estaba en un restaurante con mi familia y teníamos en la mesa de al lado a una de esas parejas silentes. Rondarían la cincuentena, con aspecto de haberles ido bien en la vida. Mientras yo hablaba con los míos, no podía dejar de observarles ensimismados en sus pensamientos y tan lejos el uno del otro como si les separara un continente. De repente, sufrieron una transformación. El motivo no fue otro que la llegada de otra pareja. Despúes del intercambio de saludos y de que ellas se dedicaron unos cuantos piropos, los cuatro iniciaron una animada conversación. Y digo los cuatro, porque los silentes parecían haber despertado de su letargo y no sólo hablaban con sus amigos sino que también se dirigían el uno al otro. Parecía que necesitaban público para tener algo que decirse, para poder mostrarse una mínima atención. Y pensé que eran una de esas parejas incapaces de estar solas, de disfrutar de la vida sin la compañía de los otros. Seguramente una pareja ha llegado a su punto final, no cuando se acaba la pasión de la carne, sino cuando se termina la pasión de la conversación. En ese momento es cuando su convivencia está condenada, cuando ya no tiene sentido que sigan juntos.
Perder la ilusión por compartir, no soñar en voz alta sobre el futuro, en definitiva, no tener nada que decirse, me parece la peor condena que puede sufrir una pareja. Sobre todo si a pesar del silencio deciden continuar juntos. Cuando me fui, no pude evitar volver a mirarles de reojo, sorpendida por lo animado que parecía el matrimonio silente y pensé que, cuando regresaran a su casa o apenas se marcharan sus amigos, volverían a instalarse en el silencio, asumirse en su propio mundo, a desviar la mirada a algún punto perdido. Aquella pareja parecía tener un pasado común y sin embargo, en aquel momento tenían vidas separadas, porque sencillamente entre ellos no había palabras".
Hace algunos días estaba en un restaurante con mi familia y teníamos en la mesa de al lado a una de esas parejas silentes. Rondarían la cincuentena, con aspecto de haberles ido bien en la vida. Mientras yo hablaba con los míos, no podía dejar de observarles ensimismados en sus pensamientos y tan lejos el uno del otro como si les separara un continente. De repente, sufrieron una transformación. El motivo no fue otro que la llegada de otra pareja. Despúes del intercambio de saludos y de que ellas se dedicaron unos cuantos piropos, los cuatro iniciaron una animada conversación. Y digo los cuatro, porque los silentes parecían haber despertado de su letargo y no sólo hablaban con sus amigos sino que también se dirigían el uno al otro. Parecía que necesitaban público para tener algo que decirse, para poder mostrarse una mínima atención. Y pensé que eran una de esas parejas incapaces de estar solas, de disfrutar de la vida sin la compañía de los otros. Seguramente una pareja ha llegado a su punto final, no cuando se acaba la pasión de la carne, sino cuando se termina la pasión de la conversación. En ese momento es cuando su convivencia está condenada, cuando ya no tiene sentido que sigan juntos.
Perder la ilusión por compartir, no soñar en voz alta sobre el futuro, en definitiva, no tener nada que decirse, me parece la peor condena que puede sufrir una pareja. Sobre todo si a pesar del silencio deciden continuar juntos. Cuando me fui, no pude evitar volver a mirarles de reojo, sorpendida por lo animado que parecía el matrimonio silente y pensé que, cuando regresaran a su casa o apenas se marcharan sus amigos, volverían a instalarse en el silencio, asumirse en su propio mundo, a desviar la mirada a algún punto perdido. Aquella pareja parecía tener un pasado común y sin embargo, en aquel momento tenían vidas separadas, porque sencillamente entre ellos no había palabras".
JULIA NAVARRO
(Suplemento Mujer hoy del 16 al 22 de junio)
* He colgado este artículo porque me ha sobrecogido leerlo. Creo que como dice la autora, todos hemos visto a estas parejas silentes, incluso puede ser que conozcamos a alguna. Son aquellos que ya no saben estar juntos, que continúan porque el cambio asusta y porque la rutina, aunque aburrida, es cómoda. Los distinguirás porque no saben estar ellos dos solos; me refiero a que no hacen planes para ellos, sólo ríen y disfrutan si sus planes incluyen estar con un grupo de amigos o con otras parejas. No todas estas parejas se han dejado de hablar, lo que ocurre es que no es necesario dejarse de hablar para no decirse nada.
(Suplemento Mujer hoy del 16 al 22 de junio)
* He colgado este artículo porque me ha sobrecogido leerlo. Creo que como dice la autora, todos hemos visto a estas parejas silentes, incluso puede ser que conozcamos a alguna. Son aquellos que ya no saben estar juntos, que continúan porque el cambio asusta y porque la rutina, aunque aburrida, es cómoda. Los distinguirás porque no saben estar ellos dos solos; me refiero a que no hacen planes para ellos, sólo ríen y disfrutan si sus planes incluyen estar con un grupo de amigos o con otras parejas. No todas estas parejas se han dejado de hablar, lo que ocurre es que no es necesario dejarse de hablar para no decirse nada.