La yaya le puso Pimienta. Cuando llegó siendo cachorrito no paraba de estornudar y ella dijo que eso era porque había olido pimienta en la cocina. Y como la yaya es la mayor y sabe mucho, pues papá y mamá decidieron dejarle el nombre.
Me gusta jugar con él, pero sobre todo hablarle. Me escucha atentamente, como si cualquier cosa que le dijera fuera lo mas interesante del mundo. Siempre le cuento mi día en la escuela, que me riñó la maestra, si hay macarrones para comer... nunca paro de hablarle. Y él me mira torciendo su cabecita y levantando su oreja izquierda, prestándome muchísima atención, mientras le brillan sus ojillos negros inteligentemente.
La gritona dice que estoy loca, que le ando contando cosas al perro porque no tengo amiguitos. Y que soy medio tonta porque el perro no me entiende nada. Pero yo le guiño el ojo a Pimienta y él se acerca y me lame la mano. ¡Pobre gritona! No sabe que si Pimienta no le hace caso a ella o los demás mayores no es porque no les entienda, sino porque no le caen bien.
2 comentarios:
Suele ocurrir con las mascotas, sobre todo con los perros, ami me encantan y cada uno en su momento, han sido una gran compañía, un integrante más de la familia, con su propia personalidad, su propio mundo, sus propias mañas...cómo no, ellos son así, incondicionales amigos entre los amigos...y como por todo amigo, uno siente hasta las lágrimas su partida definitiva...
nos veremos pronto...
ahora leeré tu poema.
Holas preciosa, tu historia es entretenida.
Un abrazo.
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