Eres dulce, mi vida,
dulce como la cebolla,
que paladeo en mi garganta,
dulce como tu saliva que hechiza...
Dentro de tu ardiente pasión
en combustión de estrellas y fuegos fatuos
me consumí, amor.
El ocaso volvió a agitar mi pecho.
El sudor de las velas perlaba mi frente
de recuerdos vagos y presagios.
Era la promesa de tu amor,
vida eterna en la noche del mundo.
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